



" Sólo debo decir de la casa de mi infancia lo necesario para ponerme yo mismo en situación onírica, para situarme en el umbral de un ensueño donde voy a descansar en mi pasado.[...] Entonces puedo esperar que mi página contenga algunas sonoridades auténticas,[...] Se comunica únicamente a los otros una orientación hacia el secreto, sin poder decir jamás éste objetivamente." G. Bachelard
El espacio tiene memoria. Esta cargado con todas las cosas que allí sucedieron. Basta con regresar a un lugar, incluso mentalmente, para que se nos sucedan cientos de imágenes.
La casa es nuestro refugio, nuestro primer universo. Como imagen poética, la casa es un elemento de integración psicológica, donde perviven recuerdos y olvidos, y funciona como detonante de nuestra memoria. Porque no solamente nuestros recuerdos, sino también nuestros olvidos están alojados allí. Y al recordar los espacios que habitamos, al recorrer los pasillos, nuestra habitación; aprendemos a habitar en nosotros mismos. Por ello diremos que nuestra relación con los espacios es bidireccional: están en nosotros tanto como nosotros estamos en ellos.
El espacio conserva tiempo comprimido.
Cada estancia habla de una presencia, o de una ausencia, de alegrías y tristezas, de encuentros y desencuentros. Soledades que conviven en un mismo espacio, y que son en nosotros imborrables.
Yo aquí quiero seguir ese rastro. Buscar mis recuerdos. Construirlos.
La maqueta es un punto efímero que trasciende el tiempo. Habla desde el silencio íntimo y la memoria remota. Es un cuerpo de vivienda y un cuerpo de sueño, de memoria e imaginación. Esta “casa onírica” (como la de describe Bachelard en su libro La poética del espacio) es más perdurable que la casa real. En ese espacio se desplazan recuerdos vividos para convertirse en recuerdos de la imaginación. La imaginación aumenta los valores de la realidad.